Hay personas que nacen con la capacidad de ver más allá de lo evidente. Leandro Díaz fue uno de ellos. Ciego desde su nacimiento, pero con una lucidez que trascendió toda limitación física, este juglar nacido en Hatonuevo, La Guajira, se convirtió en uno de los más grandes compositores del vallenato y en una figura inmortal de la cultura Caribe.
El Gobierno del Cesar exalta su vida y obra, al ser el dueño de una mirada infinita, logrando convertir el silencio en melodía y la cotidianidad de nuestra cultura en verdadera poesía. Su legado musical no solo define una época, sino que elevó el vallenato a la categoría de arte literario.
Díaz estuvo forjado entre los caminos polvorientos de San Diego, Valledupar, el norte del Cesar y sur de La Guajira, creciendo en medio de la vida campesina, las parrandas y los relatos orales que inspiraron su obra.
Fue en esos paisajes donde tejió amistades con juglares como Emiliano Zuleta, Lorenzo Morales, Carlos Huertas, Rafael Escalona y Chico Bolaños, compartiendo con ellos la pasión por narrar la realidad desde el canto y el acordeón.
Aprendió a escuchar lo que otros no oían, a sentir lo que otros pasaban por alto y desde esa percepción honda, construyó un lenguaje poético que le dio al vallenato una profundidad inédita. “Si Dios no me puso ojos en la cara, fue porque se demoró lo necesario para ponérmelos en el alma”, solía decir el juglar.
Esa frase resume no solo su genialidad, sino su visión de la vida, una mirada que no dependía de la vista, sino del alma.
Leandro tocaba la dulzaina, un don que lo hacía músico desde su esencia. Fue así como compuso cientos de canciones, muchas de ellas convertidas en himnos del folclor hoy día: Matilde Lina, La Diosa Coronada, A mí no me consuela nadie, El Cardón Guajiro y Bajo el palo e’ Mango, entre muchas otras que hoy son patrimonio de nuestra identidad.
Más que un compositor: un pensador popular
Por eso fue compositor distinto, un hombre que escribió como si cada palabra fuera una imagen y cada imagen una melodía. Sus canciones no nacían del azar ni de la moda, sino de las vivencias cotidianas, de lo que sentía en su entorno. Por eso, su obra es un retrato fiel de la realidad campesina, del amor, la nostalgia y el paisaje de nuestra región.
Su genialidad radicó en su capacidad para describir con exactitud aquello que nunca vio con los ojos, pero que conoció con el corazón.
Leandro fue un cronista de la realidad, con una memoria prodigiosa, describía con palabras lo que otros solo podían mirar con los ojos. Quien lo escuchaba no entendía cómo un hombre sin vista podía pintar con tanta claridad los paisajes, los colores del amanecer o los gestos de una mujer. En sus letras todo tenía alma, los árboles, las aves, las montañas, el río, la lluvia.
Su obra, como analizan varios estudios sobre su legado, tiene una carga poética y filosófica profunda. Plasmó reflexiones sobre la vida, el egoísmo, la injusticia y la condición humana. Fue un hombre que convirtió el vallenato en una forma de pensamiento. Por eso, muchos lo consideran el poeta del vallenato, quien llevó la música tradicional a una dimensión literaria.
Podemos decir que él transformó el vallenato en un acto de contemplación, en una narrativa sensible que abrió un camino nuevo: el del vallenato poético, reflexivo, cargado de humanidad y sabiduría. Desde su voz interior supo interpretar el sentir colectivo, las vivencias, las penas del enamorado y la magia de lo cotidiano, lo simple y esencial de la vida misma.
Su hijo, el también cantautor Ivo Díaz, lo resumió alguna vez con precisión: “Leandro encantó al mundo con sus canciones y con su pensamiento”. Y así fue. Su obra ha trascendido fronteras, inspiró a escritores, fue citada por Gabriel García Márquez y sigue viva en las voces que interpretan su repertorio, como símbolo de lo más puro de nuestra música.
Hoy, más de una década después de su partida, la obra de Leandro Díaz sigue viva, grabada en las voces de los nuevos artistas y en la memoria del folclor. Sus canciones continúan emocionando, enseñando y conectando a las nuevas generaciones con nuestra esencia.
Por eso rendimos homenaje a este maestro que con su sensibilidad y genialidad sembró un legado eterno en la música vallenata, escribiendo la historia sentimental de nuestro territorio.
Su poesía sigue recordándonos que el vallenato es identidad, es verdad, es el alma de nuestra existencia misma y que gracias a él, en la actualidad no solo se escucha: se siente, se piensa y se vive.
Tiene su escultura en el CCMV
La importancia del juglar Leandro Díaz es profunda en la música vallenata, dejando una escuela de autores que siguen su línea poética en la construcción de canciones.
Este hombre, que vio 'Con los ojos del alma' la vida misma en la que nació "una mañana cualquiera", también ha inspirado libros, una novela transmitida en la televisión nacional protagonizada por Silvestre Dangond e inspiró la elaboración de una escultura suya, que mantendrá viva su memoria en el Centro Cultural y de Convenciones de la Música Vallenata - CCMV.