
Algo tiene diciembre que lo vuelve fugaz. Llega rápido y se va más rápido. Deben ser cosas de la ansiedad. Tanto se espera, que cuando por fin llega, la celebración siempre se queda corta. Esto tiene una relación directa con el vallenato.
Tal vez por eso uno empieza a sentirlo desde el noveno mes del año, cuando la famosa emisora suelta la ya tradicional frase: “en septiembre, se siente que viene diciembre”. Y no se puede negar, ni bien se asoma septiembre, cuando en las vitrinas cuelgan, rutilantes, las luces que iluminan y ponen el corazón en modo Navidad, la época que mezcla nostalgia, alegría y esas ganas de fiesta, que aunque efímera, siempre deja marcas que se quedan para toda la vida.
En cada casa de nuestra patria, especialmente en el Caribe, diciembre es un ritual. Las familias se unen para armar el pesebre, pintar la casa, organizar la novena, esperar al familiar que no ven hace años y, principalmente, preparar la música, porque sin esta no habrá una bonita y memorable celebración. Y entre todos los géneros y voces, que habrán de sonar, nunca faltará la del Cacique de La Junta, el portentoso Diomedes Díaz, quien, a través de sus canciones, anuncia que llegó el llamado mes más bonito del año.
Desde Mensaje de Navidad, ese himno que en 1982 lanzó al lado de ‘Colacho’ Mendoza, la gente interpretó que el fin de año, musicalmente hablando, tenía dueño. Después, cuando corría como pólvora el anuncio de que el álbum Fiesta Vallenata, había sido lanzado, casi todo un país celebraba con alborozo. Esa producción, en la que venían incluidas obras de varios artistas, era apetecida por una sola razón: las canciones de Diomedes.
Todos se preguntaban con qué se había venido El Cacique; pues, ese, sería el tema que no solo se aprendería todo el mundo, sino que mandaría y se bailaría en todas las fiestas.

Era todo un ceremonial. El vecino, dueño del picó o del equipo de sonido más potente del barrio, sacaba a la calle sus parlantes, para saber qué era lo que había traído Diomedes. Y así, con su música, El Cacique, además de arreglarle el ánimo al más apesadumbrado, se fue adueñando de diciembre, la fiesta efímera que nos sigue haciendo disfrutar en medio de brindis, amores, lágrimas y recuerdos.
Desde entonces, cada fin de año, en las calles, taxis, tiendas y casas, como si fuera ley divina, se escucha a to’ timbal la música de Diomedes. Un diciembre sin las melodías de este artista queda cojo, incompleto o simple, como sancocho sin yuca o pesebre sin el Niño Dios. Y no es para menos, sus canciones quedaron sembradas en el último mes como parte de una tradición.
Diana, Regalo a Barranquilla, Palmina, 25 de Diciembre, Los Novios, Mi Corazón, La Chinita, Matildelina, El Muerto Borrachón, De mi Propia Raza, La Chambaculera, Ya lo Verás, El Muñeco, El Hombre de Mama, Las Cuatro Fiestas, El Comelón, Mi Color Moreno, Vení vení y El Polvo, solo por mencionar algunos, son temas que vinieron en Fiesta Vallenata y que en la voz de El Cacique siguen siendo la banda sonora de cada diciembre. Son canciones que se quedaron viviendo en la memoria de todo un pueblo.
Lo más curioso, es que doce años después de haber partido del mundo terrenal, nadie ha podido desbancarlo. Diciembre sigue siendo suyo y, seguramente, lo seguirá siendo por muchos años, cada vez que se perciba el aroma de la comida navideña, de las novenas y de la nostalgia.
Al final, Diomedes es diciembre y diciembre, aunque efímero, es Diomedes.




































